Reformas terrassa

Ha llegado mi mes terrible. Mientras que mi estación horribilis es la primavera- de la que ya hablaré cuando llegue el momento- el mes en que hay más desdichas prefijadas ya en el calendario, aparte de las que ya de por si trae la vida, en mi caso es diciembre. Tampoco es que haya cantidad de desfortunios en exceso, pero si tenemos en cuenta que hay una que dura medio mes, o sea, las Fiestas de Navidad, aunque la dichosa Navidad parece que últimamente empieza cuando guardamos el bañador y la crema solar; Y otras que duran apenas un día o unas horas pero cuyo Reformas terrassa se puede alargar hasta semanas. Estoy apañado.
Empecemos:

Hoy, 1 de diciembre: Es el cumpleaños de mi madre. Yo vivo negando el tiempo, ignorando lo que me duele, pero este día es inevitable dejar de haciendo. Bien que la he de felicitar, y hacerle algún regalo. Pero no deja, que algo se encoge dentro de mí cuando pienso que ya ha hecho 63 años. Y que el tiempo pasa deprisa. Y ella cada vez se confunde más y pierde la memoria y no se acuerda de las cosas y en definitiva se hace mayor. Más de una vez he pensado que tiene un principio de alzheimer. Quizás no. Tal vez es normal que la gente mayor acostumbre a entender una cosa por otra, y a perder la memoria. Pero a mi me duele ver como se va apagando. Yo la necesito y no podría soportar que se fuera, y menos si no pudiera descansar en paz dejando el mundo o la cordura viendo que su hijo no ha salido adelante en la vida y que no se va a salir. Pero bueno, con un poco de suerte a lo mejor le quedan 15 años. A partir de los 80, ya es muy difícil seguir teniendo la cabeza clara o que no se te haya llevado ninguna enfermedad. Pero bueno he de aprender a disfrutar el momento.
24 de diciembre, Nochebuena: Para mí esta noche no tiene nada de buena. Voy a cenar con mis padres a casa de mi familia, de mis tíos y de primos con otros parientes suyos.
Cada año me siento fatal, porque soy la oveja negra. Todo el mundo disfrutando de la cena, comiendo y charlando y contando cosas. Y yo en un rincón- o al medio que aun es peor- sin decir nada, queriendo que se me trague la tierra. Me siento muy incómodo porque soy el raro. Todos hablan distendidamente y a mi no me sale palabra. Y lo paso más mal por lo que pensaran los demás –todo y que soy consciente que a estas alturas ya no me tendría de importar, al fin y al cabo ya saben todos que yo soy el rarito- que por mí.